El rey de Putin

TODAS las historias y declaraciones corinescas que, por diligencia de Ana Romero, viene publicando EL MUNDO me parecen asombrosas, pero ninguna como la de ayer sobre su participación en el asalto a Repsol por Lukoil, tan parecido a la OPA sobre Endesa y el asalto al BBVA, y en el Fondo de Inversión Hispano-Saudí, una especie de Fórum Filatélico del que huyeran los dueños de la pirámide ante la falta de socios o de pardillos. Me van a perdonar que dude del talento y de la función gestora de Corinna en materia de operaciones financieras de tal magnitud. Es natural que la compra de la primera petrolera española por la primera petrolera rusa busque el apoyo de contactos gubernamentales y personas cercanas a los círculos del Poder, lo que en nuestro Siglo de Oro llamaban aldabas. Pero de contratar intermediarios, lobistas y lobeznos a que pasen por sus manos la resolución de semejantes negocios hay una diferencia abismal. La misma que entre la aldaba y la puerta, la puerta y el palacio.

Que en ambas operaciones actuara el Rey de forma tan descarada y alejada de sus obligaciones institucionales permite suponer a cualquiera, malintencionado o simplemente alfabetizado, que el Jefe del Estado y la entrañable alemana eran pareja e iban en la misma dirección, como la moto y el sidecar. Lo cual, dado que Corinna, hasta donde sabemos, no es parte de la Familia Real, resulta bochornoso para la Corona y para la Nación.

He publicado más de un comentario sobre la abominable idea de que el Rey es y está bien que sea actor esencial en la expansión de las grandes empresas españolas. En primer lugar, la expansión comercial no depende del embajador sino del negocio; y en segundo lugar, si actuase como aldaba de Gobiernos corrompidos, aún sería peor. En el Tercer Mundo y en el que fue Segundo y ahora sólo Mafia, con Rusia a la cabeza, gustan de añadir oropeles a los más turbios negocios, pero no dejan por ello de ser turbios y no es en absoluto deseable que los oropeles sean españoles. Es natural que ante Eduardo Serra, el ministro de Defensa que impuso a Aznar, el Rey se sintiera relajado. Pero no debería saltarse cualquier norma de prudencia y decir «ya sabéis que yo soy de Putin», lamentando aún el fracaso de la Operación Lukoil. De todo el lío corináceo, me parece lo más obsceno.